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Universidad Nacional Experimental de las Artes
Venezuela


Nuestro objetivo es estimular y potenciar, desde el diálogo y la colaboración, las nuevas subjetividades descoloniales del poder popular comunitario venezolano. Apoyamos la construcción de escuelas como ejes de la recuperación de tierras y territorios comunales, que intentan trascender el latifundio, la colonialidad y el patriarcado.

jueves, 20 de febrero de 2020

Con el IALA Paulo Freire en la escuela Julián Pino-Sabaneta



El martes 18 de febrero acompañamos a lxs estudiantes del IALA Paulo Freire a la escuela Julián Pino en Sabaneta-Estado Barinas. Allí realizamos varias actividades en apoyo al Proyecto de Aprendizaje "Mi amiga la naturaleza" de niñas y niños de tercer grado. A través de juegos, canciones y dramatizaciones propusimos una perspectiva crítica de la relación humano-naturaleza desde los principios de la agroecología y el conuco, que nos permiten trascender las brutales intervenciones genocidas y ecocidas del agronegocio en el mundo.

Los juegos y las canciones desembocaron en un recuento visual (dibujo) de la propuesta del IALA expuesta en la dramatización. Esto generó la posibilidad de que cada niño y niña analizara, personal y colectivamente, los elementos fundamentales del cuidado de la vida y los riesgos específicos de las prácticas ecocidas que las coorporaciones intentan "naturalizar".

Frente al agronegocio se impone firme y creativa la agricultura familiar conuquera. Lxs niñxs lo saben. Una niña nos explicó el sentido sagrado de la naturaleza. Un niño nos dijo que "abusar de la naturaleza es robarle su vida, que es robarle su sangre".



martes, 11 de febrero de 2020

Juegos descoloniales en Peña Larga-Barinas


Encuentro en Peña Larga, acompañando por un día el proyecto de una escuela campesina de ese sector, de la mano del Instituto Agroecológico Latinoamericano Paulo Freire en Barinas. Noviembre de 2019.








lunes, 10 de febrero de 2020

Rodríguez en las raíces del proyecto bolivariano del siglo XXI


Con Simón Rodríguez en Calderas-Barinas: la "Fiesta del fin del mundo"

En Calderas de Barinas estuvimos Augusto García, Simón Sandrea (esudiantes de Unearte-Mérida) y yo entre los días 14 y 21 de noviembre de 2019. Fuimos recibidos en la Casa Museo Emilia Cibrian, que con tanto amor llevan Teresa y Alexis Liendo. Allí hicimos trabajo voluntario durante una semana. Con el apoyo de Teresa pusimos a la orden de las escuelas caldereñas el proyecto de la Escuelita Descolonial. En los días siguientes realizamos dos actividades en tres espacios: las UEB Orlando Araujo y Hugo Chávez, y la ponencia central del congreso pedagógico circuital. En estos espacios hicimos conversatorios sobre Simón Rodríguez (como el de Monte Carmelo) y el juego descolonial: "La fiesta del fin del mundo", diseñado por Simón y Augusto, que utiliza herramientas de las “artes escénicas”, ejercicios del payaso y ejercicios musicales.

En el juego se planteó a las niñas y niños la hipotética situación de que todas las máquinas del mundo se habían dañado. Preguntamos cuáles serían las consecuencias de semejante coyuntura. Lxs niñxs dijeron respuestas muy concretas y específicas, como: “sin máquinas no habría agua por tuberías ni electricidad, por ende, no habría carros, electrodomésticos, internet y un gran etc". Luego planteamos una segunda pregunta: ¿qué haríamos en esa situación? La solución de lxs niñxs fue que las personas regresaran al campo a sembrar sus propios alimentos, y que se pudieran ubicar en casas cerca de sus cultivos, en una justa distribución de roles y trabajos estrictamente necesarios para reproducir la vida.

Luego, invitamos a lxs niñxs a construir una nueva sociedad después del fin de las máquinas, utilizando elementos como piedras, hojas, palitos, etc. Solo establecimos dos criterios: el primero era que no se podía dañar ningún huerto o vivero, manualidad u objeto de la institución, y el segundo que evitáramos arrancar hojas o ramas de los árboles. Lxs chicxs se dividieron en dos grupos de 20 niñxs aproximadamente. Un grupo se encargó de la construcción de pequeños modelos de casas con ramas y hojas secas. El otro grupo jugó a hacer cultivos con hojas y flores caídas. Cuando terminaron las construcciones, hicimos un compartir entre ambos grupos, y lxs niñxs comenzaron a exponer cómo habían hecho cada cosa. 

Fue entonces cuando Augusto y su payaso se autoproclamaron “reyes” de las casas y los konukos, alegando que los payasos eran quienes habían dado las “órdenes” de construirlos, y que por eso las tierras, sus frutos y los materiales le pertenecían. Esto provocó una revolución en lxs niñxs, que expulsaron al payaso de su espacio de juego (aunque después le permitieron la entrada, una vez que ellos tomaron el poder del juego). 

Terminamos en una asamblea de niñas y niños donde nos cuestionamos lo sucedido. Cada frase reflexiva fue llevada a canción. Lxs niñxs concluyeron con ideas como: “los dueños de la tierra son quienes la trabajan”, “no es posible trabajar la tierra uno solo, por tanto, todos los que trabajan la tierra son dueños de sus frutos, es decir, el que no trabaja no come”.


Con Simón Rodríguez en Calderas, Estado Barinas-día 1

¿Por qué será que Simón Rodríguez pasó su segunda vida en América haciendo escuelas para lxs niñxs afro-indo-campesinos empobrecidos (“dénseme los muchachos pobres”, escribió)? ¿Por caridad? ¿Por intención de incluirlos en el sistema escolar oficial?

Hice estas preguntas en un encuentro con maestras, directivas, trabajadoras administrativas y obreras de la Unidad Educativa Bolivariana Orlando Araujo, en Calderas. Eran preguntas para provocar. Una maestra respondió: “lo que ocurre --dijo-- es que como los más empobrecidos nos pasamos la vida construyendo muchas de las cosas que usamos para vivir, somos nosotrxs quienes tenemos la posibilidad de no depender siquiera de la venta de nuestro trabajo. Por ende, somos quienes estamos más cerca de poder construir un mundo libre. Y eso podemos aprenderlo o reaprenderlo”.

Esto nos dio pie para arribar al sentido de la escuela rodrigueana, que no simplemente sería un espacio para atender las infancias de una comunidad, sino un núcleo comunitario formativo y político para la reproducción de la vida. Su fin sería enseñar a alcanzar y sostener el autogobierno comunero y protagónico del propio pueblo. Allí se (re)aprendería el “arte de vivir”, fundado en una sutil y dinámica relación (no dicotómica) entre artes o trabajos mecánicos y trabajos intelectuales, entre albañilería y filosofía, carpintería y ciencia, entre siembra, herrería y epistemología.

Con semejante escuela se podría “colonizar el territorio con sus propios habitantes”, y trascender la dependencia a la modernidad, la colonialidad y el capitalismo. De allí surgirían infancias acostumbradas a autogobernarse, a ser interdependientes de su prójimo, de su tierra y de sus ancentralidades. Pues en la escuela se iría a aprender la vital necesidad de la alteridad, el yo existo porque tú existes, y el hecho básico de que “no hay facultades propias que puedan ejercerse sin el concurso de facultades ajenas”, al decir de Rodríguez.

Para hacer una escuela así no hay recetas, la interdependencia se aprende haciéndola cotidiana. Es un principio activo de la vida. Por ende, puede realizarse en cada cosa que hagamos, en cada oficio que aprendamos, en cada teoría que inventemos.

La interdependencia implica interconocimiento, pues la propia red de alteridades que la escuela comunera-konukera nos enseña a fortalecer es una red de saberes no jerarquizados por la colonialidad, la clase, la etnicidad ni los determinismos de sexo-género. Son los saberes para el autogobierno y la autarquía comunitaria.

Según los cálculos de Rodríguez, con una escuela así en 4 años se alcanzan altos niveles de autarquía comunal.

¡Qué útil es la escuela de Simón Rodríguez en tiempos de crisis civilizatoria!, tiempos en que el capitalismo procura una mutación que terminará de quitarle la vida a la especie que lo creó.