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Universidad Nacional Experimental de las Artes
Venezuela


Nuestro objetivo es estimular y potenciar, desde el diálogo y la colaboración, las nuevas subjetividades descoloniales del poder popular comunitario venezolano. Apoyamos la construcción de escuelas como ejes de la recuperación de tierras y territorios comunales, que intentan trascender el latifundio, la colonialidad y el patriarcado.

lunes, 10 de febrero de 2020

Con Simón Rodríguez en Calderas, Estado Barinas-día 1

¿Por qué será que Simón Rodríguez pasó su segunda vida en América haciendo escuelas para lxs niñxs afro-indo-campesinos empobrecidos (“dénseme los muchachos pobres”, escribió)? ¿Por caridad? ¿Por intención de incluirlos en el sistema escolar oficial?

Hice estas preguntas en un encuentro con maestras, directivas, trabajadoras administrativas y obreras de la Unidad Educativa Bolivariana Orlando Araujo, en Calderas. Eran preguntas para provocar. Una maestra respondió: “lo que ocurre --dijo-- es que como los más empobrecidos nos pasamos la vida construyendo muchas de las cosas que usamos para vivir, somos nosotrxs quienes tenemos la posibilidad de no depender siquiera de la venta de nuestro trabajo. Por ende, somos quienes estamos más cerca de poder construir un mundo libre. Y eso podemos aprenderlo o reaprenderlo”.

Esto nos dio pie para arribar al sentido de la escuela rodrigueana, que no simplemente sería un espacio para atender las infancias de una comunidad, sino un núcleo comunitario formativo y político para la reproducción de la vida. Su fin sería enseñar a alcanzar y sostener el autogobierno comunero y protagónico del propio pueblo. Allí se (re)aprendería el “arte de vivir”, fundado en una sutil y dinámica relación (no dicotómica) entre artes o trabajos mecánicos y trabajos intelectuales, entre albañilería y filosofía, carpintería y ciencia, entre siembra, herrería y epistemología.

Con semejante escuela se podría “colonizar el territorio con sus propios habitantes”, y trascender la dependencia a la modernidad, la colonialidad y el capitalismo. De allí surgirían infancias acostumbradas a autogobernarse, a ser interdependientes de su prójimo, de su tierra y de sus ancentralidades. Pues en la escuela se iría a aprender la vital necesidad de la alteridad, el yo existo porque tú existes, y el hecho básico de que “no hay facultades propias que puedan ejercerse sin el concurso de facultades ajenas”, al decir de Rodríguez.

Para hacer una escuela así no hay recetas, la interdependencia se aprende haciéndola cotidiana. Es un principio activo de la vida. Por ende, puede realizarse en cada cosa que hagamos, en cada oficio que aprendamos, en cada teoría que inventemos.

La interdependencia implica interconocimiento, pues la propia red de alteridades que la escuela comunera-konukera nos enseña a fortalecer es una red de saberes no jerarquizados por la colonialidad, la clase, la etnicidad ni los determinismos de sexo-género. Son los saberes para el autogobierno y la autarquía comunitaria.

Según los cálculos de Rodríguez, con una escuela así en 4 años se alcanzan altos niveles de autarquía comunal.

¡Qué útil es la escuela de Simón Rodríguez en tiempos de crisis civilizatoria!, tiempos en que el capitalismo procura una mutación que terminará de quitarle la vida a la especie que lo creó.

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